Estancia La Rosada, Argentina

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Quienes eligen La Rosada para una fiesta, un destino más que lógico en virtud de las instalaciones disponibles, suelen reparar pronto en el estanque artificial con puentecito, patos y agapantus de la entrada. Lo eligen para fotos, para pasear al sol, o jugar con los primeros anfitriones. Yuyo, Pepa y Simón, la familia de perros labradores que se adueño de las diez hectáreas del terreno.

Para hacer algunas migas con ellos, basta arrojarles una rama a la lagunita. Sin pensarlo se iran de cabeza y salen aireosos, mojados y felices, con la rama en el hocico y la cola en frenesí.

De puertas adentro, la casa – que se llamó La Angélica antes de que la compraran en 1982- es la calida construcción de fines del siglo pasada, exquisitamente restaurada. Fue barraca militar utilizada en la Campaña del Desierto y quedó en manos del Coronel Tomas Fretes como reconocimiento a su desempeño.

Perteneció a esa familia hasta 1942 y había ido decayendo hasta que sus nuevos dueños llegaron a ella con excelentotes intenciones. Con piezas obtenidas en los remates de antes (los de antigüedades y muebles de campo verdaderos y no objetos “falso envejecido” y “falso rustico” de ahora), la casa atesora un clima calido del que sus gatos son los principales beneficiarios.

Se trabaja con grupos de 12 a 450 personas, a las que se atiende con igual esmero ya sea en el casco –con tres habitaciones- o en los salones construidos para eventos empresarios, casamientos y reuniones. Sin que nadie diga nada, siempre uno suelta de repente “¿y ese árbol?”. El roble de Eslovenia y el fresno de 180 años son omnipresentes, gigantescos y maravillosos. El primero es sencillamente más grande pero el fresno es la verdadera estrella, puesto que no existe un ejemplar así en toda Argentina. Debajo de el colocaron unos cómodos sillones para aprovechar mejor la tarde, y si llueve ahí abajo seguro ni te enteras.

A la pileta, los asados, los paseos y las delicias de una buena mesa, La Rosada agrega los encantos del cercano pueblo Carlos Keen. Homogéneo y de ladrillos, vale una vuelta por su magnifica iglesia San Carlos Borromeo –sobre todo el 8 de noviembre- su estación del tren, fabrica de fideos y de dulce de leche o cualquier rico olvidado desde que la ruta siete cambio su trazado y decidió ignorar al pueblo entero. Introvertido Carlos Keen se ha guardado como era, discreto y silenciosos, secreto pero en pie.

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